Sin oposición ni contrapesos y un incontestable cúmulo de poder, el gobierno y Morena están ante un enorme desafío que ignoran o fingen ignorar y que puede potenciarlos o debilitarlos.
Es un reto con cuatro vertientes: autocontenerse; reconocer factores de poder ajenos a su control, capaces de consolidarlos o sacudirlos; asumir que el encubrimiento o incorporación de cuadros políticos cuestionables les genera dividendos inmediatos, pero costos elevados a mediano plazo; y reaccionar con inteligencia, tino y rapidez.
Gobierno y partido pueden jactarse de contar con el amparo del voto popular al cual se deben y, por tanto, asumir una actitud negacionista e, incluso, despreciar a la crítica o a quienes discrepan total o parcialmente de su discurso y práctica política. Verse tentados por la soberbia y actuar desbocadamente, a partir de la ilusión de constituir una hegemonía imparable, imbatible y perdurable.
Por lo visto otras veces, cabe que ambas instancias adopten tal actitud. Sin embargo, la circunstancia ha cambiado y reclama actuar con un mínimo de unidad y un máximo de apertura. No sólo están en juego los postulados y proyectos del oficialismo, sino también la perspectiva y el horizonte nacional. Gobierno y partido no harían mal gobierno en reubicarse.
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Pese al índice de aprobación de la presidenta de la República, algunas de las reformas lanzadas e iniciadas por el anterior gobierno, continuadas por el actual y legisladas por la avasallante y torpe mayoría calificada de Morena y sus aliados en el Congreso, no cuentan con el respaldo presumido.
No se trata de una especulación o conjetura, ahí están los datos reportados por la encuesta de El Universal y la de El Financiero del lunes y miércoles pasados. Son elocuentes. La presidenta es bien vista, goza de 74 por ciento de aprobación, pero no así la eliminación, integración o fusión de los organismos constitucionales autónomos, ahí la opinión se divide: 44 por ciento se inclina por tener organismos autónomos que vigilen al gobierno y 42 por ciento por eliminarlos. Tal contraste revela la conveniencia de revisar por necesidad u honestidad política la pertinencia de la ruta tomada y las prioridades, sobre todo, considerando las presiones bajo las cuales se halla la administración, así como el cambio de las condiciones y el entorno.
La realidad o adversidad hacen del momento un paseo por la montaña rusa, sin traer puesto el cinturón de seguridad.
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A diferencia del gobierno anterior, el actual carece de recursos para atender pendientes, apoyos sociales, obra, servicios, compromisos, proyectos y, además, el déficit. Se desecaron fondos y fideicomisos, se desmontaron estructuras sin asegurar nuevas y, ahora, el presupuesto proyectado exige enorme esmero y disciplina en el ejercicio del gasto. Por si algo faltara, la terquedad de sacar a como dé lugar la mal diseñada reforma judicial y cargar contra los órganos mencionados genera desconfianza en la inversión, justo cuando se requiere de ella y se precisa de la asociación del sector público y privado para impulsar el crecimiento y posibilitar el desarrollo. Pero, motivar a la inversión económica y tranquilizar a las calificadoras sin ofrecer certeza jurídica es lo que sigue de difícil ¿Cuál es la decisión?
Asimismo, y reconociendo las acciones emprendidas por la nueva administración que marcan un giro en la estrategia, el crimen organizado tiene en jaque a más de un gobierno estatal y bajo control a más de una región. Los golpes dados y el ajuste legal de las funciones y atribuciones de la Secretaría de Seguridad son meritorios, pero falta ver si constituyen una política pública de largo aliento con la velocidad necesaria para reivindicar así sea gradual y parcialmente, el derecho a la vida, la integridad, el patrimonio, el trabajo, el libre tránsito y la expresión, al tiempo de mandar la señal, allende la frontera, que se acabaron los abrazos. Y en este capítulo, ¿cuándo Morena llamará a cuentas a los gobernadores emanados del movimiento que por negligencia, complicidad, miedo o pusilanimidad sirven al crimen?
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A esas presiones y condiciones se agrega otro ingrediente. En sus distintos polos de poder, Morena no muestra la cohesión ni la disciplina de antes e, incluso, deja al descubierto a la mandataria.
Cada vez es más notorio que los guardianes del legado, los convencidos pero sensatos, los mareados en el tabique, los profesionales del oportunismo, los conversos de contado, los prófugos o tránsfugas, los suertudos del reintegro, los obedientes según el premio o los líderes sindicales con helicóptero comienzan a moverse en función de su personalísima convicción o interés, mientras Morena se dedica a credencializarlos para engrosar el padrón de militantes que se descompone.
La falta de reflexión opositora tiene su correlativo en la fuerza en el poder. ¿Cuál es la relación entre gobierno y movimiento?
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Y, desde luego, está el entorno, encarnado por ese inteligente paranoide que, a partir de enero, presidirá a Estados Unidos, un hombre de aranceles fijar o acometidas a realizar al ritmo de su obsesión por cerrar su país, frenar la migración y parar el tráfico de fentanilo, sin entender que eso no engrandece, achica una nación.
Un outsider de la política que un día amenaza con gana de doblegar antes de negociar y otro asegura haber obtenido cuanto quería sin traer nada en las manos. Un personaje cada vez más predecible, empoderado y peligroso.
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Si el gobierno y Morena no reparan en las presiones, las condiciones y el entorno difícilmente reconocerán la necesidad de autocontenerse y reubicarse. Continuar, así, no supondrá un avance y, en esa circunstancia, un tropiezo será un tropiezo: una caída.