¿En qué momento una democracia deja de serlo? La respuesta parecería muy sencilla: cuando el método para la elección de gobernantes deja de cumplir con ciertas características como la imparcialidad del árbitro electoral, la organización eficiente de la elección, una instancia que asegura que el voto se cuente bien y mecanismos para dirimir conflictos o impugnaciones, cuyos fallos sean acatados por todos. Obvio que como precondición se necesita que exista la voluntad de las partes a jugar con las reglas establecidas. Por el momento, en el país todo esto se sostiene. El método democrático para la elección de gobernantes, vive.
Lo que hay es un cambio en la trayectoria de nuestra evolución política. Desde hace algunos años, avanzamos hacia la consolidación del Estado de derecho, que entre otras cosas implica que la ley es el instrumento de mediación en las interacciones sociales. Esta es una trayectoria que dejaba atrás el ejercicio de poder sin regulación y la mediación política por encima de cualquier recurso legal. Cuando la ley se impone, el margen para el arbitraje político se reduce. Hay una especie de suma cero entre uno y otro y siempre una tensión presente, porque el arbitraje es una fuente de poder. Este argumento lo desarrolló de manera muy virtuosa Fernando Escalante Gonzalbo en un artículo de Nexos que ya tiene meses de publicado y lo escuché ayer también de José Ramón Cossío al hablar de la reforma judicial.
Me parece que este ángulo nos ayuda a entender los procesos que transitamos. Una pronunciada vuelta en “u” hacia un estado de cosas en el que la política y los políticos toman primacía en la mediación entre el Estado y la sociedad, pero también entre particulares. No la ley. Y cada uno de los componentes del Plan C suponen un impulso en ese sentido. Visto así, se vuelve jabonoso hablar de cambio de régimen. Quizá diría que es un cambio de trayectoria (porque si seguimos esta línea argumentativa, el cambio de régimen no fue).
No es solo la rijosidad del grupo en el poder lo que impulsa las reformas recientes, sino un modelo de entender las cosas. Supongo que asumen que la ley es una construcción conservadora y que la justicia justiciera (Cossío, dixit) no está en la ley y su aplicación, sino en sus manos, en su capacidad de arbitrarla. La desaparición o debilitamiento de órganos de regulación económica, del instituto de transparencia, la ampliación del catálogo de delitos que ameritan prisión automática, la reforma judicial, todos amplían el ejercicio discrecional y arbitrario del poder. Pueden querer decir que se recupera la rectoría del Estado; lo que en realidad se privilegia es esa visión de la política por encima de la ley.
En el pasado, el arbitraje y la mediación política se hicieron en el marco de la estructura del PRI que tenía mecanismos de control y disciplina bien articulados. Existían reglas no escritas para regular, si se puede decir así, el ejercicio del poder. No es que se pudiera hacer cualquier cosa; había límites, mecanismos de disciplina, de control y sanciones a quienes no las observaban. Eso no existe hoy. Por eso no podemos hablar de una reedición del pasado. Se busca lo mismo pero en condiciones institucionales distintas. Antes esto sucedía en el marco de un partido político fuerte, hoy bajo el liderazgo de un líder político que no durará para siempre.
Es bien difícil definir dónde pintar la raya del cambio de régimen o de la transición de una democracia a la autocracia. Para quienes lo evalúen a partir de las reglas democráticas básicas, es más o menos fácil dibujarla. Para quienes agregan otras dimensiones, la cuestión se complica. En el tablero de una democracia uno puede agregar muchos botones, ¿cuántos y cuáles se deben apagar para que el sistema deje de funcionar?
Vienen tiempos muy interesantes para el país, porque aunque renegamos siempre de nuestro pasado, logramos mucho en las últimas tres décadas. Somos una economía con un sector muy fuerte, una sociedad plural, un país abierto y también un mosaico de complejidad y de desigualdades. Gobernar esta complejidad sin los instrumentos de mediación correctos puede resultar en un gran descalabro, o en pequeños descalabros cotidianos, que nos paralizarán por un buen rato. Por eso pienso que vendrán algunas correcciones con el tiempo, y espero que no lleguen demasiado tarde.
Escucho cada vez más decir que hay que pensar en el largo plazo, como una especie de consuelo por lo que vemos que está ocurriendo en el presente. Solo espero que no crucemos tantas rayas que nos impidan en adelante corregir.